viernes, 11 de julio de 2008

San Esteban

Eran los primeros días de clases. Nos costaba un poco retomar el ritmo y el trajín. Después del desconcierto del principio, en que uno ve los horarios e intenta achuntarle a la fecha y la hora, se comenzó a conocer algo de los ramos que tendríamos. Ocupación de suelo y Desarrollo urbano I nos sorprende de entrada con lo que parece ser muy prometedor : un trabajo grupal, de investigación que terminaría en una Tesis Monográfica. Este trabajo contemplaba salidas a terreno, y un estudio acabado y a conciencia a un pueblo no muy alejado de Santiago. La lista era larga, por lo que, una vez hecho el grupo (cinco personas), había que escoger. Después de debatir sobre el pueblo que deberíamos escoger, quizás más por tincada que otra cosa, escogimos Alhué. Extraña cosa fue saber que ese pueblo tenía a cuatro interesados. Después de una semana, decidimos que era mejor escoger otro pueblo. Consultamos al profesor, y nos mostró la lista. Quedaban dos o tres, pero nos decidimos por San Esteban, pueblo del que ninguno de nosotros había oído hablar. Quizás el destino nos llevó a ese pueblo.
Decidimos juntarnos en “la Shell”, bencinera supuestamente equidistante de nuestras casas que queda en Balmaceda con Morandé, frente a la Estación Mapocho. Partimos a las ocho de la mañana de un día Viernes. La infaltable “Turistel” nos señalaba que debíamos tomar la Ruta 5 Norte hasta un desvío hacia Colina justo frente a Lampa. Paramos en Colina muy temprano para ver si encontrábamos alguna tienda donde vendieran rollos fotográficos. Estaba todo cerrado. “A puro croquis será entonces”, dijimos.
Entramos a la comuna de Calle Larga, y nos topamos con Los Andes casi enseguida. Ya en Los Andes, debíamos estar muy atentos viendo algún cartel que dijera San Esteban. Lo encontramos, y lo seguimos. Había que seguir al Norte nomás.
Después de un cruce ferroviario, y de un puente (que entenderíamos era del Río Aconcagua), llegamos a San Esteban, al menos eso nos dijo una señora que esperaba locomoción al lado del camino. Avanzamos por la misma calle, pasando por construcciones viejísimas (una pared muy larga de adobe primero, y casas viejas después), y por casas más nuevas, de esas que se encuentran en todos lados, de esas casas “soluciones”, de un piso y otras con ampliaciones. Leímos en un cartel que la calle se llamaba Avda. Alessandri. Después de un cruce que dice llevar hacia Los Olmos, llegamos a lo que, supusimos, era el centro. Una escuelita pequeña y antigua con un cartel de Biblioteca, una consulta médica, un local de empanadas, un retén de carabineros, una municipalidad y una plaza nos confirmaron que era el centro. Frente a la plaza, está el retén de carabineros, el correo y la municipalidad, por la vereda sur, la iglesia, un centro comunitario, una peluquería y un centro de ancianos por la vereda oriente. Éste último también está en la vereda norte (es que la plaza no tiene salida por la esquina nor-oriente), está junto a un colegio (más actual). En la vereda poniente está el cuartel de bomberos, un centro comunitario y unos locales. En la misma plaza, frente a los bomberos hay un quiosco, hay una pérgola, un monolito rodeado de una fuente, muchas palmeras, araucarias, peumos, muchas bancas coloreadas de un chillón color anaranjado, llenas de muchos viejecitos. La plaza tiene una especie de cerramiento, unas paredes de piedras. También, en sus esquinas, tiene unos grandes jarrones para la chicha. El ritmo era muy extraño en ese momento, supusimos que por la hora a la que llegamos. Nos estacionamos frente a la municipalidad y recorrimos la plaza por un momento. “Es el pueblito de “El Tambo”, el de la teleserie”, dijo uno, en alusión a la teleserie “A todo dar” de Megavisión. Luego, fuimos a la municipalidad en busca de alguna información. A la entrada, había un afiche con los nombres de los alcaldes de hasta diez años atrás. Los apellidos se repetían en algunos momentos, los Espíndola, los Centeno eran de los que más se repetían. Consultamos en una ventanilla dónde podríamos encontrar información sobre el pueblo, y un tipo de ambigua condición nos envía a Obras Municipales, al final de un pasillo. Entramos decididos diciendo nuestra fracesita “somos estudiantes de arq...”, hasta que nos frenó un tipo de manera no muy cordial diciéndonos que estaba ocupado. Junto a él había un hombre que miraba atento. Esperamos nuestro turno afuera de la oficina, hasta que se fue el otro hombre. Después de una extraña mueca del encargado (a raíz de que le contamos de qué universidad veníamos), nos pasó un informe comunal para que lo fotocopiáramos. Nos dijo que se lo trajéramos después. Algo más conformes, salimos de la municipalidad en busca de una fotocopiadora. La de al lado de la Municipalidad estaba cerrada, por lo que decidimos recorrer el pueblo. Después de unas vueltas al centro, habiéndonos dado cuenta de que conforme avanzaba la hora el ritmo seguía igual en el pueblo, decidimos seguir recopilando información, por lo que fuimos a la escuelita vieja con el cartel de biblioteca. Eran ya las diez y media de la mañana, y en la biblioteca no había nadie, a pesar de un cartel que decía que se atiende desde las nueve de la mañana. Un ritmo muy distinto a la ciudad, concluimos. Después de un rato, llegó la bibliotecaria, abrió las puertas y nos hizo pasar. Era una casa con olor a tierra, llena de libros en su mayoría amarillentos. Después de nuestro discurso y de hablar un rato, nos entregó una reseña histórica y un libro escrito por un viejecito cura hace un tiempo también para fotocopiar. ¡Qué confianzudos son en este pueblo !, pensamos. La bibliotecaria nos sugirió visitar al historiador del pueblo, el “señor Sergio Covarrubias”. Nos indicó cómo llegar a su casa, por lo que partimos en seguida. En una especie de casa-oficina nos atendió amablemente. Nos contó algunas cosas, como la importancia del pueblo en la independencia, y las familias que habían hecho de San Esteban lo que es. Nos dijo que la historia no es una sola, por lo que influye mucho quién la cuenta. También nos dijo que si es por él, en su historia no estarían los Centeno, porque le habían hecho mucho daño al pueblo. Todo esto para redondearnos la idea de que él no podría contarnos una historia de manera objetiva, como la que podríamos lograr nosotros mediante un estudio menos afectado por apreciaciones y prejuicios. Quizás nosotros encontraríamos que esa familia ha sido muy importante para ese pueblo, por lo que él no ayudaría con entregarnos alguna bibliografía. Nos regaló dos libros de poemas, uno en el que se contaba la historia de Chile hasta la actualidad, y otro donde se contaba la historia de San Esteban. Le mostramos la reseña que nos entregó la bibliotecaria y se interesó muchísimo. Dijo que ahí estaba básicamente lo que él manejaba, y le sorprendió que otra persona manejara esas cosas. Nos confesó que él está trabajando en hacer una historia del pueblo, por lo que no podía darnos muchas fuentes de información. Igual nos dio algunos nombres de libros para que consultáramos o confirmáramos algunas de las cosas de la reseña. Casi toda esa bibliografía estaba en San Felipe. A la despedida nos regaló un folletín de un grupo cristiano en donde, al final, aparecía una historia, “Cariño Botado” decía. Quedamos en hablar otro día, y nosotros, en agradecimiento, le prometimos una copia de nuestro trabajo (nunca más hablaríamos con él).
De vuelta en la plaza la fotocopiadora estaba abierta. Sacamos todo lo que habíamos escogido de lo que nos entregaron. Devolvimos los textos de la municipalidad, y cuando íbamos a entrar a la biblioteca sentimos unos gritos y llamados. Venían de la consulta dental del frente. Era el mismo tipo que estaba en la dirección de Obras. Era un dentista santiaguino que, impactado por cómo nos trataron en la municipalidad, nos invitó a pasear. Se llamaba Arturo Marín. Nos presentó a un amigo suyo, Jorge Morales, profesor de Historia y Geografía de la escuelita de San Esteban. Arturo nos contó que llevaba cinco mese tramitando un permiso en la municipalidad. “La gente de aquí es así”, dijo. Tienen otro ritmo, más relajado. Le dimos nuestro discursito, y nos ofreció su ayuda y la del profesor. Empezó contándonos desde los tiempos de Michimalongo, pasando por la independencia y la historia de Cariño Botado ( En los tiempos del ejército Libertador, éste se separó en tres grupos, y uno de ellos iba a pasar por donde hoy está San Esteban. Ése grupo era el de O¨higgins según el profe y San Martín según el texto del historiador. Una persona se enteró de esto y fue a avisar al concejo para preparar una bienvenida. Se mataron muchos animales y se prepararon muchas comidas, las que se pusieron a lo largo de toda la calle por donde pasaría el Ejército Libertador. Los militares se asustaron pensando en una emboscada y le hicieron el quite al pueblo, dejando ese cariño hecho por la gente, botado), pasando por las casas patronales de las cinco primeras familias (Espíndola, Centeno, Vargas, Zelaya y Catán), por las peleas de la reforma agraria (con uno de los Centeno peleando escopeta en mano contra la gente que estaba entrando a su territorio, hecho conocido como la noche sangrienta de los siete ponchos, en alusión a lo que hizo con la escopeta y cómo se protegió de los embates de los trabajadores), por la quema de los archivos de la municipalidad (misteriosamente cuando el alcalde era cuestionado por un asunto legal de algunas tierras), por lo fácil que fue para los patrones recuperar sus tierras (incluso hasta por una garrafa la gente cambiaba sus recientes tierras, ya que no sabían sacarle provecho), por la destrucción del cine del pueblo para la ampliación de la escuelita (cosa que nunca se hizo), por la gente “famosa” del pueblo (como la actriz Valentina Vargas, descendiente de una de las primeras familias del pueblo, o el Diputado Nelson Ávila, también descendiente de gente del sector), y por la escasa preocupación de los lugareños por su patrimonio tanto cultural como arquitectónico. Ellos nacen y crecen pensando en Santiago, o por último en Los Andes. La población de San Esteban es muy vieja porque todos emigran jóvenes. Se tratan de imponer esquemas de la ciudad, se botan casonas antiguas para construir casas “modernas”. Los barrios periféricos parecen ser de cualquier pueblo o ciudad de Chile.
Luego de muchos minutos de conversación, el profesor se fue, prometiéndonos un recorrido por algunas casas patronales, y el dentista nos ofreció almorzar en su casa. Aceptamos. Primero debíamos ir a San Felipe a buscar a su hijo. Pasamos por algunas de las casas patronales y unas bodegas (de los Vargas), también por unas plantaciones de uvas, paltos, ciruelas y pimentones. En San Felipe dimos unas vueltas haciendo hora, y nos sorprendimos por lo curioso de las esquinas (en muchas de ellas hay una especie de columna, muy adornada en algunos casos, y un espacio que se puede transitar entre éste y la construcción). Llegamos al Colegio Alemán, que queda a las afueras. Impresionados por la majestuosidad del colegio y del paisaje, recogimos a Rodolfo, su hijo. Volvimos a San Esteban, y fuimos a su casa por el camino que parte desde “el cruce”, donde está el desvío a San Felipe, pero subimos hacia las lomas y cerros del otro lado del cruce. Pasamos por el viñedo San Esteban y por la “Chicha Zelaya”, hasta llegar a cariño botado. Desde ahí tomamos un camino privado que conduce a las Termas El Corazón, que son del suegro del dentista, un colono alemán que llegó junto con su padre, fundador de este lugar hace más de cincuenta años. Llegamos a una gran casa “en la punta del cerro”, como nos dijo Arturo, el dentista. Después de un delicioso almuerzo y de esquivar avispas (él ocupa su veneno para una especie de anestesia), nos encaminamos hacia las Termas El Corazón. Impactados por la belleza y lo, por momentos, ostentoso del lugar, pensamos que ya era hora de volver. Nos dejó en la puerta de la consulta, y devolvimos el texto en biblioteca. Felices con todo lo ocurrido, dimos la última vuelta para marcharnos de vuelta a Santiago.
Después de un tiempo, el que dedicamos para consultar libros y para otras cosas de otros ramos, fuimos nuevamente. Esta vez estaba lloviendo muy fuerte, por lo que nuestro recorrido era más complicado. Igual recorrimos el pueblo. Había menos gente que la otra vez (era un Domingo lluvioso). Fuimos por la misma calle por la que se entra, pero seguimos más allá de la plaza, donde hay unos grandes árboles que producen un túnel. Nos sorprendió lo hermoso y grande de una casona y decidimos entrar. Había un cartel que decía Centro de rehabilitación. Entramos a la propiedad, y un grupo de personas nos invitó a entrar a la casa. Llamaron al encargado, un hombre joven y alegre que escuchó nuestro discursito. Nos invitó a conocer la casa. Nos explicó que era un centro de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos, los que no son pocos en el pueblo. Nos paseó por la casa y, orgulloso, nos señaló dónde habían grabado escenas de “A todo Dar”, la teleserie de Megavisión. Nos contó también que esa casa era de la familia Espíndola, y había llegado a sus manos gracias a una alcaldesa amiga del fundador del centro, que le había prestado algunas piezas. El centro llegó a atender a ochenta personas simultáneamente. La drogadicción es cosa seria en San Esteban, por lo fértil de sus tierras y por lo fácil que es tener una plantación de marihuana. También nos contaron que se cuenta que esa casa está embrujada, y que fue ocupada por la CNI y la DINA. De esa época son los supuestos túneles que incluso (cuenta la leyenda) llegarían hasta la plaza, la iglesia y el retén de carabineros. Quisimos entrar, pero nos dijeron que estaban tapados. Esa casa era de la familia dueña de todo lo que ahora es el centro de San Esteban, y la plaza era uno de los jardines de esta familia. Por eso estaba cerrada, para proteger las flores, plantas y árboles de los animales. De vuelta a la plaza, encontramos al dentista que se dirigía a San Felipe con su hijo para hacer unas compras. Nos contó que averiguó algunas cosas del pueblo, como que los árboles que hay en casi todo el centro son moreras, plantadas todas por un empresario en “donación” al municipio. Este empresario estaba trabajando con gusanitos de seda, que sacan sus alimentos de este árbol. Después de conversar un rato, el dentista se fue. Llamamos al profesor por teléfono, y aceptó hacernos el recorrido por las casas patronales que nos había prometido. Luego de esperarlo un momento, llegó algo molesto por la lluvia y por “la caña” de una fiesta, no por tener que ayudarnos. Nos guió por unas calles, para luego llegar a un camino de tierra muy recto que, según nos explicó, lo había hecho el dueño de esa propiedad para llegar hasta la puerta de su casa. Era la casa de los Espíndola, parientes de los que tenían su casa en el centro. Era una imponente casona roja, que recibía con dos patios a la entrada. Estaba muy bien cuidada, y el profesor nos contó que estaba hecha así (tan imponente) para intimidar a los trabajadores que fueran a hablar con el patrón. Después de recorrer la casa por fuera, seguimos nuestro camino. Paramos en un lugar donde había unas piedras puestas en forma piramidal. Son las pircas-dijo-, las primeras construcciones antisísmicas hechas en el país. Fueron hechas por los picunches, por influencia incaica. Llegamos a otra casa patronal, la de los Catán, familia árabe que fue la quinta en llegar al sector. Monumentales columnas griegas de madera, una entrada también griega con un triángulo sobre las columnas, un color blanco (típico de los árabes), unos corredores típicamente chilenos, los marcos de puertas y ventanas nos recibieron después de cruzar unos naranjos. La recorrimos perimetralmente por un rato y luego nos fuimos.
Pasamos por los terrenos de los Vargas, familia que aún se mantiene en el lugar. Jorge, el profesor, nos contó que esa familia trajo de Europa la idea de cosechar el cáñamo para comerciarlo y usarlo como alucinógeno. La canabis se da como maleza en esta tierra. Quizás ellos son los culpables de tanta adicción y tanto centro de rehabilitación que hay en el pueblo (hay por lo menos tres). El profesor nos contaba, mientras andábamos, sobre su infancia y su amistad con Valentina Vargas, la actriz. “Siempre andaba volada”, dijo. Después subimos por “el cruce” al sector de los Zelaya. No existe casa, porque se cayó para un terremoto. Nos mostró “la casita del placer” de San Esteban, una de las pocas construcciones de dos pisos con un corredor de balcón en el segundo piso. Todavía funciona. Le creímos, no lo comprobamos.
Después de unas vueltas por la parte alta del pueblo, lo dejamos en su casa del sector del “cruce”. Dimos otras vueltas, y vimos a una señora (la misma de el quiosco de la plaza) repartiendo diarios en una motoneta. Nos llamó mucho la atención. Nos regresamos a Santiago.
Corregimos el avance del trabajo y el trajín de las clases nos hizo dejar por un tiempo de preocuparnos del pueblo. El tiempo libre que nos quedaba nos permitía sólo hacer viajes relámpago a tomar fotografías o a hacer dibujos, pero todo muy rápido.
Después de algunas semanas, volvimos a ir. Esta vez el día estaba muy bonito. Croqueamos y fotografiamos algunos lugares del centro, como la plaza y la iglesia. El hambre nos llevó a un local donde una bella lugareña vendía empanadas. Las comimos en la plaza, viendo los árboles y los pocos viejecitos que había. Nuevamente había poca gente. Con la empanada repitiéndosenos a cada momento, y con un poderoso tufo a cebolla, seguimos dando vueltas, hasta que nos encontramos con el dentista nuevamente. Conversamos un rato y le pedimos si podíamos subir al mirador de las Termas El Corazón. No puso problemas y partimos luego de comprar alimento para sus gallinas. Una vez en el mirador, pudimos ver todo el valle Aconcagua, Los Andes, San Felipe, San Esteban y todos los pequeños poblados (Cariño Botado, La Florida, etc.). Desde ahí tomamos algunas fotografías e hicimos algunos croquis. Recorrimos las termas, y el dentista nos contó sobre cómo el viejo señor Bianchinni, abuelo de su esposa, había empezado lo que ahora es un centro de convenciones y turismo muy importante de la zona. El viejo había llegado hace muchos años sin dinero desde Alemania. Por muy poco dinero compró esas tierras y construyó una especie de hotel. La gente del lugar se reía de él, porque estaba haciendo algo así en un lugar tan alejado, donde supuestamente nadie iría. El tiempo demostró lo contrario, y hoy esa familia es una de las más influyentes de Cariño Botado.
De vuelta en el pueblo, vimos gran alboroto alrededor de un cartel que habían puesto en la plaza: “Hoy a las 16 horas en el centro cultural: Titanic. Adhesión 300 pesos.”. La gente parece que estaba deseosa por verla, obviamente por la falta de entretenciones del pueblo. No era un cine, ya que no existía hace como veinte años. Era un televisor de veinte pulgadas y un video, el que congregaría a gran parte del pueblo esa tarde. Cuando nos íbamos al auto, vimos a una pareja de huasos elegantemente vestida. Supusimos que habría algún acto o alguna fiesta, por lo que les preguntamos. Nos sorprendieron al respondernos que así se vestían. Luego se marcharon. Nosotros también.
Algunos días nos acordábamos del trabajo y conversábamos un poco, sacando conjeturas de la esencia del barrio. Algunas cosas las teníamos muy claro: la importancia de las “Casas Patronales” de las primeras familias, la dependencia de la gente de sus patrones, la segmentación en sectores con hasta cierta rivalidad en algunos casos (los de La Florida no soportan a los de Cariño Botado), la dependencia de Santiago y Los Andes, el poco arraigo con su pueblo de los lugareños (los más jóvenes), y su ritmo endemoniadamente pasivo para un citadino acostumbrado a hacer las cosas rápido.
Ya con la entrega del trabajo encima, decidimos hacer la última visita para buscar cosas puntuales, como la flora, la fauna, los cursos de agua, planimetría, creencias y cosas locales que se dieran sólo ahí.
Fuimos otro Viernes temprano en la mañana, aunque no tanto como antes, ya que sabíamos que ese pueblo no funciona antes de las once. Llegamos a esa hora, y fuimos al Departamento de Obras, para pedir algún plano (para reemplazar los confusos esquemas que tratamos de hacer). Esta vez el encargado se portó muy amablemente con nosotros, y nos entregó algunos planos pequeños. Salimos de la municipalidad y fuimos a Carabineros para pedir alguna información. Después de entregarnos los límites de su jurisdicción, nos enviaron a la biblioteca. Hacia allá íbamos cuando nos encontramos con el profesor (vaya pueblo pequeño). Con plano en mano, confirmamos algunos de nuestros conocimientos del lugar y le preguntamos algunas cosas como qué es lo que hacían en sus ratos de ocio. Inmediatamente respondió que casi el único pasatiempo común era jugar a la pelota. Existen muchas canchas, en las que se ven enfrentamientos épicos entre sectores, que a veces terminan a patadas. Nos contó que había averiguado un poco más sobre los patrones, y supo que el primero fue Reginaldo Espíndola, quien poseía casi todas las tierras del sector. Al transcurso de los años, fue dando terrenos a familias amigas o vendiendo tierras a otras personas. Estaba algo apurado, por lo que se tuvo que ir. Llegamos a la biblioteca, y la bibliotecaria nos reconoció de entrada. Le dijimos nuestro discursito para ese día, y ella nos contó algo sobre la flora (algunas hierbas medicinales, los huillis, flores chicas moradas con blanco, los chaguales, unos tubérculos, peumos, paltos, álamos, espinos, moreros). A raíz de los moreros, nos contó que su hermana era hace treinta años la dueña de la planta de seda (nos contuvimos algunos comentarios al respecto, sobre todo de “el regalo a la comunidad” de esos árboles, que no tenía otro fin que uno comercial). Terminaba un tema y comenzaba a hablar de otra cosa (casi como los habladores de Vargas Llosa), contándonos que los viñedos se están haciendo cada vez más pequeños, y que los pequeños agricultores están probando con nuevas plantaciones como los kiwis, los pimentones, los limones, las naranjas, las manzanas, las frambuesas. Nosotros le preguntamos si había otra cosa como la Chicha Zelaya, orgullo del pueblo. Ella nos recomendó “el chancho aliñado en Los Olmos”, de la señora Cádiz. También nos recomendó la miel de abejas de la señora Norma. La señora del quiosco de diarios era la señora Bilma, y tenía recorridos semanales para repartir los diarios, por lo que se juntaba mucha gente a esperarla. Antes había un sólo teléfono público, antes se velaba a las guaguas sentadas, adornadas con flores y con alitas. Eran ángeles. El señor Hidalgo cura las dolencias a los huesos. De San Miguel bajan “los chinos” cantando el día de San Esteban, el 26 de Diciembre. Las historias se sucedían. En Cuasimodo hay juegos, carretas, entretención. Tenía ganas de hablar la señora. La trilla la hacían los bomberos, y duraba dos días. La primera cosecha se dona a la iglesia, y con esas donaciones, cada 26 de Diciembre (día de San Esteban “el patrono”) se realiza una cena comunitaria. Le preguntamos por lo que nosotros pensábamos, era la esencia del pueblo, los patrones. Nos habló de algunos y de cómo se hicieron querer y a la vez se hicieron necesarios para la gente. Llevaban trabajo, electricidad y “progreso” a sus tierras, por lo que eran queridos y defendidos por sus trabajadores y simpatizantes. Es tanta la separación entre algunas localidades, que Cariño botado está pretendiendo tener su propio correo. Pronto será un pueblo aparte. La familia Bianchinni les ha construido una capilla, les ha llevado electricidad, dinero, trabajo. Esa familia tiene un tremendo complejo turístico en el cerro, usando unas aguas termales que debieran ser de todos, nos dijo. A partir de ese momento no seguimos escuchando sus historias. Mientras ella seguía hablando, nosotros nos mirábamos asintiendo con la cabeza. “Lo tenemos”, sé que pensamos todos al unísono. La dependencia de los patrones no era sólo cuestión de los principios del pueblo, estaba en sus raíces, en su ser, en su esencia. La gente de San Esteban necesita de un patrón (no necesariamente un jefe, sino una persona que le de confianza y que lo cuide). Todo el pueblo ha crecido en torno a las casas patronales, y al parecer, seguirá ocurriendo, ya que es el sino de San Esteban, el “leit motiv” de este extraño pueblo. La historia se seguirá escribiendo. La bibliotecaria seguía hablando, pero nosotros ya estábamos conformes, pensábamos que ya teníamos lo que buscábamos. Le agradecimos y prometimos que volveríamos, quizás para el día de San Esteban o quizás antes. Se había creado entre nosotros y el pueblo un lazo que difícilmente se cortaría.
Juan Carlos Castillo Aravena
Ocupación de Suelo y Desarrollo Urbano
1998

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