viernes, 11 de julio de 2008

Lo duro y lo blando

Lo Blando:

Al comprar en una buena amasandería un kilo de marraquetas recién salidas del horno, surge la tentación de probar al menos un pedacito de esa delicia crujiente, a modo de adelanto de lo que será una maravillosa once. La mano parte el cuarto más tentador y frente a uno está un fabuloso invento: del tamaño de nuestra mano, cubierta crujiente, dorada, un olor casi criminal, un costado costroso y otro blando, con la miga a tajo abierto y humeante, fruto de la partición. Esta abertura permite que el dedo pulgar se introduzca en el lugar más blando donde ha podido entrar, en un lugar cálido y plácido, donde, por palanca, tendrá que partir la marraqueta para que ese “blandor” humeante quede expuesto a su camino a la dureza o a la boca (con mantequilla es mejor).

Lo duro:

La marraqueta que nadie se comió y fue quedando abandonada, y que luego pasó a una bolsa de tela (para que no le salgan hongos), tiene la misma tentadora apariencia que una marraqueta recién salida del horno (sólo que no humea). Al tomarla ya algo nos indica que no es lo mismo, pero el momento más traumático es que al buscar el lado de corte, donde la miga está expuesta a causa de su separación de su maqueta hermana siamesa, e introducir el dedo dispuesto a encontrar algo de piedad en el interior para abrirla y disfrutar luego con un poco de mantequilla y mermelada, uno se encuentra de súbito con la dureza más implacable que puede existir: el pan ya está duro.

El punto de inflexión:
Puede existir uno científicamente medible, que tiene que ver con el tiempo, con la cantidad de aire, con la exposición, y se puede establecer un punto límite claro, comprobable, pero pienso que el punto de inflexión está más presente en un momento más subjetivo, que tiene que ver con el momento en que sus hermanas marraquetas fueron comidas y, principalmente, elegidas. El punto de inflexión está en el momento en que una marraqueta que por alguna razón no fue lo demasiado tentadora (por alguna imperfección en su corteza, por un tamaño fuera de la norma, por un mal dorado, etc.), pasa a ser la que queda, la que nadie se comió, la que murió y se endureció, esperando a ser resucitada con leche, o molida en una 1, 2, 3 Moulinex, para aportar su sabor de otra manera a una comida donde ella no es la principal atracción.
Juan Carlos Castillo Aravena
Curso Territorios Intangibles
Profesora Guadalupe Santa Cruz
Diciembre del 2001

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