viernes, 11 de julio de 2008

San Esteban

Eran los primeros días de clases. Nos costaba un poco retomar el ritmo y el trajín. Después del desconcierto del principio, en que uno ve los horarios e intenta achuntarle a la fecha y la hora, se comenzó a conocer algo de los ramos que tendríamos. Ocupación de suelo y Desarrollo urbano I nos sorprende de entrada con lo que parece ser muy prometedor : un trabajo grupal, de investigación que terminaría en una Tesis Monográfica. Este trabajo contemplaba salidas a terreno, y un estudio acabado y a conciencia a un pueblo no muy alejado de Santiago. La lista era larga, por lo que, una vez hecho el grupo (cinco personas), había que escoger. Después de debatir sobre el pueblo que deberíamos escoger, quizás más por tincada que otra cosa, escogimos Alhué. Extraña cosa fue saber que ese pueblo tenía a cuatro interesados. Después de una semana, decidimos que era mejor escoger otro pueblo. Consultamos al profesor, y nos mostró la lista. Quedaban dos o tres, pero nos decidimos por San Esteban, pueblo del que ninguno de nosotros había oído hablar. Quizás el destino nos llevó a ese pueblo.
Decidimos juntarnos en “la Shell”, bencinera supuestamente equidistante de nuestras casas que queda en Balmaceda con Morandé, frente a la Estación Mapocho. Partimos a las ocho de la mañana de un día Viernes. La infaltable “Turistel” nos señalaba que debíamos tomar la Ruta 5 Norte hasta un desvío hacia Colina justo frente a Lampa. Paramos en Colina muy temprano para ver si encontrábamos alguna tienda donde vendieran rollos fotográficos. Estaba todo cerrado. “A puro croquis será entonces”, dijimos.
Entramos a la comuna de Calle Larga, y nos topamos con Los Andes casi enseguida. Ya en Los Andes, debíamos estar muy atentos viendo algún cartel que dijera San Esteban. Lo encontramos, y lo seguimos. Había que seguir al Norte nomás.
Después de un cruce ferroviario, y de un puente (que entenderíamos era del Río Aconcagua), llegamos a San Esteban, al menos eso nos dijo una señora que esperaba locomoción al lado del camino. Avanzamos por la misma calle, pasando por construcciones viejísimas (una pared muy larga de adobe primero, y casas viejas después), y por casas más nuevas, de esas que se encuentran en todos lados, de esas casas “soluciones”, de un piso y otras con ampliaciones. Leímos en un cartel que la calle se llamaba Avda. Alessandri. Después de un cruce que dice llevar hacia Los Olmos, llegamos a lo que, supusimos, era el centro. Una escuelita pequeña y antigua con un cartel de Biblioteca, una consulta médica, un local de empanadas, un retén de carabineros, una municipalidad y una plaza nos confirmaron que era el centro. Frente a la plaza, está el retén de carabineros, el correo y la municipalidad, por la vereda sur, la iglesia, un centro comunitario, una peluquería y un centro de ancianos por la vereda oriente. Éste último también está en la vereda norte (es que la plaza no tiene salida por la esquina nor-oriente), está junto a un colegio (más actual). En la vereda poniente está el cuartel de bomberos, un centro comunitario y unos locales. En la misma plaza, frente a los bomberos hay un quiosco, hay una pérgola, un monolito rodeado de una fuente, muchas palmeras, araucarias, peumos, muchas bancas coloreadas de un chillón color anaranjado, llenas de muchos viejecitos. La plaza tiene una especie de cerramiento, unas paredes de piedras. También, en sus esquinas, tiene unos grandes jarrones para la chicha. El ritmo era muy extraño en ese momento, supusimos que por la hora a la que llegamos. Nos estacionamos frente a la municipalidad y recorrimos la plaza por un momento. “Es el pueblito de “El Tambo”, el de la teleserie”, dijo uno, en alusión a la teleserie “A todo dar” de Megavisión. Luego, fuimos a la municipalidad en busca de alguna información. A la entrada, había un afiche con los nombres de los alcaldes de hasta diez años atrás. Los apellidos se repetían en algunos momentos, los Espíndola, los Centeno eran de los que más se repetían. Consultamos en una ventanilla dónde podríamos encontrar información sobre el pueblo, y un tipo de ambigua condición nos envía a Obras Municipales, al final de un pasillo. Entramos decididos diciendo nuestra fracesita “somos estudiantes de arq...”, hasta que nos frenó un tipo de manera no muy cordial diciéndonos que estaba ocupado. Junto a él había un hombre que miraba atento. Esperamos nuestro turno afuera de la oficina, hasta que se fue el otro hombre. Después de una extraña mueca del encargado (a raíz de que le contamos de qué universidad veníamos), nos pasó un informe comunal para que lo fotocopiáramos. Nos dijo que se lo trajéramos después. Algo más conformes, salimos de la municipalidad en busca de una fotocopiadora. La de al lado de la Municipalidad estaba cerrada, por lo que decidimos recorrer el pueblo. Después de unas vueltas al centro, habiéndonos dado cuenta de que conforme avanzaba la hora el ritmo seguía igual en el pueblo, decidimos seguir recopilando información, por lo que fuimos a la escuelita vieja con el cartel de biblioteca. Eran ya las diez y media de la mañana, y en la biblioteca no había nadie, a pesar de un cartel que decía que se atiende desde las nueve de la mañana. Un ritmo muy distinto a la ciudad, concluimos. Después de un rato, llegó la bibliotecaria, abrió las puertas y nos hizo pasar. Era una casa con olor a tierra, llena de libros en su mayoría amarillentos. Después de nuestro discurso y de hablar un rato, nos entregó una reseña histórica y un libro escrito por un viejecito cura hace un tiempo también para fotocopiar. ¡Qué confianzudos son en este pueblo !, pensamos. La bibliotecaria nos sugirió visitar al historiador del pueblo, el “señor Sergio Covarrubias”. Nos indicó cómo llegar a su casa, por lo que partimos en seguida. En una especie de casa-oficina nos atendió amablemente. Nos contó algunas cosas, como la importancia del pueblo en la independencia, y las familias que habían hecho de San Esteban lo que es. Nos dijo que la historia no es una sola, por lo que influye mucho quién la cuenta. También nos dijo que si es por él, en su historia no estarían los Centeno, porque le habían hecho mucho daño al pueblo. Todo esto para redondearnos la idea de que él no podría contarnos una historia de manera objetiva, como la que podríamos lograr nosotros mediante un estudio menos afectado por apreciaciones y prejuicios. Quizás nosotros encontraríamos que esa familia ha sido muy importante para ese pueblo, por lo que él no ayudaría con entregarnos alguna bibliografía. Nos regaló dos libros de poemas, uno en el que se contaba la historia de Chile hasta la actualidad, y otro donde se contaba la historia de San Esteban. Le mostramos la reseña que nos entregó la bibliotecaria y se interesó muchísimo. Dijo que ahí estaba básicamente lo que él manejaba, y le sorprendió que otra persona manejara esas cosas. Nos confesó que él está trabajando en hacer una historia del pueblo, por lo que no podía darnos muchas fuentes de información. Igual nos dio algunos nombres de libros para que consultáramos o confirmáramos algunas de las cosas de la reseña. Casi toda esa bibliografía estaba en San Felipe. A la despedida nos regaló un folletín de un grupo cristiano en donde, al final, aparecía una historia, “Cariño Botado” decía. Quedamos en hablar otro día, y nosotros, en agradecimiento, le prometimos una copia de nuestro trabajo (nunca más hablaríamos con él).
De vuelta en la plaza la fotocopiadora estaba abierta. Sacamos todo lo que habíamos escogido de lo que nos entregaron. Devolvimos los textos de la municipalidad, y cuando íbamos a entrar a la biblioteca sentimos unos gritos y llamados. Venían de la consulta dental del frente. Era el mismo tipo que estaba en la dirección de Obras. Era un dentista santiaguino que, impactado por cómo nos trataron en la municipalidad, nos invitó a pasear. Se llamaba Arturo Marín. Nos presentó a un amigo suyo, Jorge Morales, profesor de Historia y Geografía de la escuelita de San Esteban. Arturo nos contó que llevaba cinco mese tramitando un permiso en la municipalidad. “La gente de aquí es así”, dijo. Tienen otro ritmo, más relajado. Le dimos nuestro discursito, y nos ofreció su ayuda y la del profesor. Empezó contándonos desde los tiempos de Michimalongo, pasando por la independencia y la historia de Cariño Botado ( En los tiempos del ejército Libertador, éste se separó en tres grupos, y uno de ellos iba a pasar por donde hoy está San Esteban. Ése grupo era el de O¨higgins según el profe y San Martín según el texto del historiador. Una persona se enteró de esto y fue a avisar al concejo para preparar una bienvenida. Se mataron muchos animales y se prepararon muchas comidas, las que se pusieron a lo largo de toda la calle por donde pasaría el Ejército Libertador. Los militares se asustaron pensando en una emboscada y le hicieron el quite al pueblo, dejando ese cariño hecho por la gente, botado), pasando por las casas patronales de las cinco primeras familias (Espíndola, Centeno, Vargas, Zelaya y Catán), por las peleas de la reforma agraria (con uno de los Centeno peleando escopeta en mano contra la gente que estaba entrando a su territorio, hecho conocido como la noche sangrienta de los siete ponchos, en alusión a lo que hizo con la escopeta y cómo se protegió de los embates de los trabajadores), por la quema de los archivos de la municipalidad (misteriosamente cuando el alcalde era cuestionado por un asunto legal de algunas tierras), por lo fácil que fue para los patrones recuperar sus tierras (incluso hasta por una garrafa la gente cambiaba sus recientes tierras, ya que no sabían sacarle provecho), por la destrucción del cine del pueblo para la ampliación de la escuelita (cosa que nunca se hizo), por la gente “famosa” del pueblo (como la actriz Valentina Vargas, descendiente de una de las primeras familias del pueblo, o el Diputado Nelson Ávila, también descendiente de gente del sector), y por la escasa preocupación de los lugareños por su patrimonio tanto cultural como arquitectónico. Ellos nacen y crecen pensando en Santiago, o por último en Los Andes. La población de San Esteban es muy vieja porque todos emigran jóvenes. Se tratan de imponer esquemas de la ciudad, se botan casonas antiguas para construir casas “modernas”. Los barrios periféricos parecen ser de cualquier pueblo o ciudad de Chile.
Luego de muchos minutos de conversación, el profesor se fue, prometiéndonos un recorrido por algunas casas patronales, y el dentista nos ofreció almorzar en su casa. Aceptamos. Primero debíamos ir a San Felipe a buscar a su hijo. Pasamos por algunas de las casas patronales y unas bodegas (de los Vargas), también por unas plantaciones de uvas, paltos, ciruelas y pimentones. En San Felipe dimos unas vueltas haciendo hora, y nos sorprendimos por lo curioso de las esquinas (en muchas de ellas hay una especie de columna, muy adornada en algunos casos, y un espacio que se puede transitar entre éste y la construcción). Llegamos al Colegio Alemán, que queda a las afueras. Impresionados por la majestuosidad del colegio y del paisaje, recogimos a Rodolfo, su hijo. Volvimos a San Esteban, y fuimos a su casa por el camino que parte desde “el cruce”, donde está el desvío a San Felipe, pero subimos hacia las lomas y cerros del otro lado del cruce. Pasamos por el viñedo San Esteban y por la “Chicha Zelaya”, hasta llegar a cariño botado. Desde ahí tomamos un camino privado que conduce a las Termas El Corazón, que son del suegro del dentista, un colono alemán que llegó junto con su padre, fundador de este lugar hace más de cincuenta años. Llegamos a una gran casa “en la punta del cerro”, como nos dijo Arturo, el dentista. Después de un delicioso almuerzo y de esquivar avispas (él ocupa su veneno para una especie de anestesia), nos encaminamos hacia las Termas El Corazón. Impactados por la belleza y lo, por momentos, ostentoso del lugar, pensamos que ya era hora de volver. Nos dejó en la puerta de la consulta, y devolvimos el texto en biblioteca. Felices con todo lo ocurrido, dimos la última vuelta para marcharnos de vuelta a Santiago.
Después de un tiempo, el que dedicamos para consultar libros y para otras cosas de otros ramos, fuimos nuevamente. Esta vez estaba lloviendo muy fuerte, por lo que nuestro recorrido era más complicado. Igual recorrimos el pueblo. Había menos gente que la otra vez (era un Domingo lluvioso). Fuimos por la misma calle por la que se entra, pero seguimos más allá de la plaza, donde hay unos grandes árboles que producen un túnel. Nos sorprendió lo hermoso y grande de una casona y decidimos entrar. Había un cartel que decía Centro de rehabilitación. Entramos a la propiedad, y un grupo de personas nos invitó a entrar a la casa. Llamaron al encargado, un hombre joven y alegre que escuchó nuestro discursito. Nos invitó a conocer la casa. Nos explicó que era un centro de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos, los que no son pocos en el pueblo. Nos paseó por la casa y, orgulloso, nos señaló dónde habían grabado escenas de “A todo Dar”, la teleserie de Megavisión. Nos contó también que esa casa era de la familia Espíndola, y había llegado a sus manos gracias a una alcaldesa amiga del fundador del centro, que le había prestado algunas piezas. El centro llegó a atender a ochenta personas simultáneamente. La drogadicción es cosa seria en San Esteban, por lo fértil de sus tierras y por lo fácil que es tener una plantación de marihuana. También nos contaron que se cuenta que esa casa está embrujada, y que fue ocupada por la CNI y la DINA. De esa época son los supuestos túneles que incluso (cuenta la leyenda) llegarían hasta la plaza, la iglesia y el retén de carabineros. Quisimos entrar, pero nos dijeron que estaban tapados. Esa casa era de la familia dueña de todo lo que ahora es el centro de San Esteban, y la plaza era uno de los jardines de esta familia. Por eso estaba cerrada, para proteger las flores, plantas y árboles de los animales. De vuelta a la plaza, encontramos al dentista que se dirigía a San Felipe con su hijo para hacer unas compras. Nos contó que averiguó algunas cosas del pueblo, como que los árboles que hay en casi todo el centro son moreras, plantadas todas por un empresario en “donación” al municipio. Este empresario estaba trabajando con gusanitos de seda, que sacan sus alimentos de este árbol. Después de conversar un rato, el dentista se fue. Llamamos al profesor por teléfono, y aceptó hacernos el recorrido por las casas patronales que nos había prometido. Luego de esperarlo un momento, llegó algo molesto por la lluvia y por “la caña” de una fiesta, no por tener que ayudarnos. Nos guió por unas calles, para luego llegar a un camino de tierra muy recto que, según nos explicó, lo había hecho el dueño de esa propiedad para llegar hasta la puerta de su casa. Era la casa de los Espíndola, parientes de los que tenían su casa en el centro. Era una imponente casona roja, que recibía con dos patios a la entrada. Estaba muy bien cuidada, y el profesor nos contó que estaba hecha así (tan imponente) para intimidar a los trabajadores que fueran a hablar con el patrón. Después de recorrer la casa por fuera, seguimos nuestro camino. Paramos en un lugar donde había unas piedras puestas en forma piramidal. Son las pircas-dijo-, las primeras construcciones antisísmicas hechas en el país. Fueron hechas por los picunches, por influencia incaica. Llegamos a otra casa patronal, la de los Catán, familia árabe que fue la quinta en llegar al sector. Monumentales columnas griegas de madera, una entrada también griega con un triángulo sobre las columnas, un color blanco (típico de los árabes), unos corredores típicamente chilenos, los marcos de puertas y ventanas nos recibieron después de cruzar unos naranjos. La recorrimos perimetralmente por un rato y luego nos fuimos.
Pasamos por los terrenos de los Vargas, familia que aún se mantiene en el lugar. Jorge, el profesor, nos contó que esa familia trajo de Europa la idea de cosechar el cáñamo para comerciarlo y usarlo como alucinógeno. La canabis se da como maleza en esta tierra. Quizás ellos son los culpables de tanta adicción y tanto centro de rehabilitación que hay en el pueblo (hay por lo menos tres). El profesor nos contaba, mientras andábamos, sobre su infancia y su amistad con Valentina Vargas, la actriz. “Siempre andaba volada”, dijo. Después subimos por “el cruce” al sector de los Zelaya. No existe casa, porque se cayó para un terremoto. Nos mostró “la casita del placer” de San Esteban, una de las pocas construcciones de dos pisos con un corredor de balcón en el segundo piso. Todavía funciona. Le creímos, no lo comprobamos.
Después de unas vueltas por la parte alta del pueblo, lo dejamos en su casa del sector del “cruce”. Dimos otras vueltas, y vimos a una señora (la misma de el quiosco de la plaza) repartiendo diarios en una motoneta. Nos llamó mucho la atención. Nos regresamos a Santiago.
Corregimos el avance del trabajo y el trajín de las clases nos hizo dejar por un tiempo de preocuparnos del pueblo. El tiempo libre que nos quedaba nos permitía sólo hacer viajes relámpago a tomar fotografías o a hacer dibujos, pero todo muy rápido.
Después de algunas semanas, volvimos a ir. Esta vez el día estaba muy bonito. Croqueamos y fotografiamos algunos lugares del centro, como la plaza y la iglesia. El hambre nos llevó a un local donde una bella lugareña vendía empanadas. Las comimos en la plaza, viendo los árboles y los pocos viejecitos que había. Nuevamente había poca gente. Con la empanada repitiéndosenos a cada momento, y con un poderoso tufo a cebolla, seguimos dando vueltas, hasta que nos encontramos con el dentista nuevamente. Conversamos un rato y le pedimos si podíamos subir al mirador de las Termas El Corazón. No puso problemas y partimos luego de comprar alimento para sus gallinas. Una vez en el mirador, pudimos ver todo el valle Aconcagua, Los Andes, San Felipe, San Esteban y todos los pequeños poblados (Cariño Botado, La Florida, etc.). Desde ahí tomamos algunas fotografías e hicimos algunos croquis. Recorrimos las termas, y el dentista nos contó sobre cómo el viejo señor Bianchinni, abuelo de su esposa, había empezado lo que ahora es un centro de convenciones y turismo muy importante de la zona. El viejo había llegado hace muchos años sin dinero desde Alemania. Por muy poco dinero compró esas tierras y construyó una especie de hotel. La gente del lugar se reía de él, porque estaba haciendo algo así en un lugar tan alejado, donde supuestamente nadie iría. El tiempo demostró lo contrario, y hoy esa familia es una de las más influyentes de Cariño Botado.
De vuelta en el pueblo, vimos gran alboroto alrededor de un cartel que habían puesto en la plaza: “Hoy a las 16 horas en el centro cultural: Titanic. Adhesión 300 pesos.”. La gente parece que estaba deseosa por verla, obviamente por la falta de entretenciones del pueblo. No era un cine, ya que no existía hace como veinte años. Era un televisor de veinte pulgadas y un video, el que congregaría a gran parte del pueblo esa tarde. Cuando nos íbamos al auto, vimos a una pareja de huasos elegantemente vestida. Supusimos que habría algún acto o alguna fiesta, por lo que les preguntamos. Nos sorprendieron al respondernos que así se vestían. Luego se marcharon. Nosotros también.
Algunos días nos acordábamos del trabajo y conversábamos un poco, sacando conjeturas de la esencia del barrio. Algunas cosas las teníamos muy claro: la importancia de las “Casas Patronales” de las primeras familias, la dependencia de la gente de sus patrones, la segmentación en sectores con hasta cierta rivalidad en algunos casos (los de La Florida no soportan a los de Cariño Botado), la dependencia de Santiago y Los Andes, el poco arraigo con su pueblo de los lugareños (los más jóvenes), y su ritmo endemoniadamente pasivo para un citadino acostumbrado a hacer las cosas rápido.
Ya con la entrega del trabajo encima, decidimos hacer la última visita para buscar cosas puntuales, como la flora, la fauna, los cursos de agua, planimetría, creencias y cosas locales que se dieran sólo ahí.
Fuimos otro Viernes temprano en la mañana, aunque no tanto como antes, ya que sabíamos que ese pueblo no funciona antes de las once. Llegamos a esa hora, y fuimos al Departamento de Obras, para pedir algún plano (para reemplazar los confusos esquemas que tratamos de hacer). Esta vez el encargado se portó muy amablemente con nosotros, y nos entregó algunos planos pequeños. Salimos de la municipalidad y fuimos a Carabineros para pedir alguna información. Después de entregarnos los límites de su jurisdicción, nos enviaron a la biblioteca. Hacia allá íbamos cuando nos encontramos con el profesor (vaya pueblo pequeño). Con plano en mano, confirmamos algunos de nuestros conocimientos del lugar y le preguntamos algunas cosas como qué es lo que hacían en sus ratos de ocio. Inmediatamente respondió que casi el único pasatiempo común era jugar a la pelota. Existen muchas canchas, en las que se ven enfrentamientos épicos entre sectores, que a veces terminan a patadas. Nos contó que había averiguado un poco más sobre los patrones, y supo que el primero fue Reginaldo Espíndola, quien poseía casi todas las tierras del sector. Al transcurso de los años, fue dando terrenos a familias amigas o vendiendo tierras a otras personas. Estaba algo apurado, por lo que se tuvo que ir. Llegamos a la biblioteca, y la bibliotecaria nos reconoció de entrada. Le dijimos nuestro discursito para ese día, y ella nos contó algo sobre la flora (algunas hierbas medicinales, los huillis, flores chicas moradas con blanco, los chaguales, unos tubérculos, peumos, paltos, álamos, espinos, moreros). A raíz de los moreros, nos contó que su hermana era hace treinta años la dueña de la planta de seda (nos contuvimos algunos comentarios al respecto, sobre todo de “el regalo a la comunidad” de esos árboles, que no tenía otro fin que uno comercial). Terminaba un tema y comenzaba a hablar de otra cosa (casi como los habladores de Vargas Llosa), contándonos que los viñedos se están haciendo cada vez más pequeños, y que los pequeños agricultores están probando con nuevas plantaciones como los kiwis, los pimentones, los limones, las naranjas, las manzanas, las frambuesas. Nosotros le preguntamos si había otra cosa como la Chicha Zelaya, orgullo del pueblo. Ella nos recomendó “el chancho aliñado en Los Olmos”, de la señora Cádiz. También nos recomendó la miel de abejas de la señora Norma. La señora del quiosco de diarios era la señora Bilma, y tenía recorridos semanales para repartir los diarios, por lo que se juntaba mucha gente a esperarla. Antes había un sólo teléfono público, antes se velaba a las guaguas sentadas, adornadas con flores y con alitas. Eran ángeles. El señor Hidalgo cura las dolencias a los huesos. De San Miguel bajan “los chinos” cantando el día de San Esteban, el 26 de Diciembre. Las historias se sucedían. En Cuasimodo hay juegos, carretas, entretención. Tenía ganas de hablar la señora. La trilla la hacían los bomberos, y duraba dos días. La primera cosecha se dona a la iglesia, y con esas donaciones, cada 26 de Diciembre (día de San Esteban “el patrono”) se realiza una cena comunitaria. Le preguntamos por lo que nosotros pensábamos, era la esencia del pueblo, los patrones. Nos habló de algunos y de cómo se hicieron querer y a la vez se hicieron necesarios para la gente. Llevaban trabajo, electricidad y “progreso” a sus tierras, por lo que eran queridos y defendidos por sus trabajadores y simpatizantes. Es tanta la separación entre algunas localidades, que Cariño botado está pretendiendo tener su propio correo. Pronto será un pueblo aparte. La familia Bianchinni les ha construido una capilla, les ha llevado electricidad, dinero, trabajo. Esa familia tiene un tremendo complejo turístico en el cerro, usando unas aguas termales que debieran ser de todos, nos dijo. A partir de ese momento no seguimos escuchando sus historias. Mientras ella seguía hablando, nosotros nos mirábamos asintiendo con la cabeza. “Lo tenemos”, sé que pensamos todos al unísono. La dependencia de los patrones no era sólo cuestión de los principios del pueblo, estaba en sus raíces, en su ser, en su esencia. La gente de San Esteban necesita de un patrón (no necesariamente un jefe, sino una persona que le de confianza y que lo cuide). Todo el pueblo ha crecido en torno a las casas patronales, y al parecer, seguirá ocurriendo, ya que es el sino de San Esteban, el “leit motiv” de este extraño pueblo. La historia se seguirá escribiendo. La bibliotecaria seguía hablando, pero nosotros ya estábamos conformes, pensábamos que ya teníamos lo que buscábamos. Le agradecimos y prometimos que volveríamos, quizás para el día de San Esteban o quizás antes. Se había creado entre nosotros y el pueblo un lazo que difícilmente se cortaría.
Juan Carlos Castillo Aravena
Ocupación de Suelo y Desarrollo Urbano
1998

Contrapunto

Cocinería de Franklin con Ingeniero Obrech
y Mc Donald´s del Alto Las Condes,
cochinería de cebo exacerbado
y planta de ensamblaje aséptica,
una mirada cruzada y superpuesta.
Domingo soleado, pleno Persa Bío-bío, secuencia de fintas, movimientos de hombros y caderas: es difícil esquivar a gente que no está mirando el camino, sobre todo si el camino es estrechísimo, y si está atiborrado de destellos distractores. Si paro me chocan, pero de todas maneras hay que parar. Sensación de estorbo en la circulación, no importa, ya que los libros, objetos y chucherías son interesantes. Empujón, seguido de un acomodo. Se encuentra un ángulo y una posición justa para no caerse sobre la mercancía o ser arrastrado por la masa que fluye. Todo al alcance de la mano, se toma y se pregunta, o sólo se ojea. No hay una vitrina de intermediario. Horizonte de nucas cebosas en movimiento, aderezado de olores a fritanga y perfumes pirateados. Suelo de brillos, reflejos y destellos, novedades hurtadas, insólitas agrupaciones que no evidencian un criterio de selección, sólo cosas juntas. Uno también se siente revuelto, de estómago y de clasificación o encasillamiento social. De pronto, desgraciadamente, desaparecen ciertos anhelos de igualdad y fraternidad, para dar paso a sustos del tipo seguridad ciudadana. Todos iguales pero tan distintos. Una familia completa que baja al submundo folclórico, en un trayecto desde Las Condes hasta un pequeño pasaje cercano a Placer, se despreocupa de todo y se vuelve loca comprando tonteras sin saber que su auto último modelo ha sido desmantelado (bromeo, sólo le sacaron las tapas de las ruedas, las marcas cromadas y la radio con panel desmontable). Un “longi” que escanea verticalmente a cada persona que pasa ante sus ojos, poniendo especial atención en el bolsillo trasero, los zapatos, el reloj y alguna joya en el cuello o en las orejas. Un tipo hippie que intenta construir su casa con desechos de las casas de los vendedores. Todos chocamos con todos, casi sin respirar, sin levantar mucho la vista, sin poder mirarnos mucho, porque estamos muy cerca., viéndonos todo el rato. Se aceleran los movimientos, todo es contradictorio, se avanza muy lento. Se asume el ritmo del que va adelante. Miles de filas de gente que no sabe que anda buscando, pero que seguro que lo van a encontrar. Otras tantas personas buscando algo muy específico que tiene que estar, pero que obviamente no lo van a encontrar. Igual van a llevar algo a su casa, en sus manos o en su retina. Todo es muy pregnante, como pregnante es el cebo, nuestro, desde ahora, eterno compañero de viaje y de mirada. Galpones y locales metálicos, su paisaje es igual a la escala del que recorre (muy pocos son los afortunados que pueden mirar hacia los techos o el cielo sin recibir un estruendoso cabezazo en la nuca), el interior de la manzana se agusana y contorsiona, tanto lo permita el recorrer constante. Buscamos cocinerías para nuestro contrapunto, pero no nos convence ninguna. La mayoría muy limpias, la limpieza que puede dar una señora con cara de buena persona y unas superficies plásticas muy limpiables. Casi todos los locales con cara de cocinas de casa, y con productos hasta apetecibles. Los desechamos, buscamos lo “chancho”, una imagen prejuiciada que atribuimos al lugar desde la comodidad de la sala de clases, la imagen mental del lugar se hizo más grotesca que la realidad. El recorrido sigue, algo decepcionados y atosigados, cargados de olores, colores, rostros, gestos. Toldo amarillo, según yo ocupado en las ferias libres en los sectores de frutas para tergiversar su madurez, crea una atmósfera en una agrupación de locales, caldea el aire, llenándolo de un chillonismo pesado y alegre. El amarillo tiene un chirrido, un ruido pregnante que genera un radio de acción de casi cinco metros con su centro en una extraña plancha usada para cocinar. Es lo más cerdo que hemos visto en nuestro periplo. Lomo de cerdo, “el mejor del persa” según un animado comensal apoyado sobre una de los mesones que lo rodean. El chirrido se engrandece, anulando los sonidos del entorno. El cebo en su máxima expresión habita en esa plancha inmensa, que vuelve a chirrear gracias a gotas que escurren entre los jugosos trozos de carne que corta y ordena un grasoso cocinero de presencia imponente. Es como “el Padrino” de las carnes, el que sabe los tiempos justos, el “cabrón” de la cocina, el que escoge los trozos más jugosos para hacerlos chirrear, el guatón que se raja con un pedacito tierno con el que tiene ojos largos (sólo para tentarlo más),... Sobre él un gigantesco atrapacebo: una campana de cocina, con un muy fino enrejado, atrapa brillos, goteos y humos. Puros gorditos atienden, con funciones no muy claras. Sólo el “Padrino” cocina, y los demás hacen lo que les toque. Muchos gorditos comiendo. Mejillas muy infladas se mueven animadamente. El olor que acompaña al chirrido es un balazo directo al estómago, tentador a pesar de lo grotesco e insalubre que todo se ve. De los cuatro muros, dos se ocupan para comer, en mesones, y los otros dos afirman el techo. Todo es concéntrico, siempre mirando la cautivadora plancha con escandalosos trozos de carne jugosa y chirriante, y a los gorditos que atienden. También se puede ver a otros golosos comiendo en el mesón de enfrente. Se come en el mesón de entrega, no hay caja, y el local no tiene un gran letrero con un logo o con su nombre. No hay uniforme ni chapitas con el nombre, y la atención no es forzadamente esmerada. La sonrisa es verdadera y uno no se siente pagando la higiene ni el servicio. Las cantidades son conversables, el trozo es sugerible, la mayonesa es regulable, el grado de cocción es apuntable. Vuelve el chirrido, cayó otra gota de grasa a la plancha. Las transacciones, una vez copados los asientos, se hacen por entre las nucas y hombros, estirando brazos y tratando de no chorrear a nadie. Se puede hablar de cualquier cosa siempre que sea rápido, uno no va a conversar con su acompañante, va a comer y a lo más hablará de las cualidades de los bocados o hará un fugaz comentario de la contingencia. Una palabra se puede convertir en talla al sólo contagiarse con el amarillo, el chirrido, y el ambiente caldeado pero ameno del lugar. Junto a este lugar, otro local con similares características de distribución y planta no es lo mismo. No tiene chirrido ni toldo amarillo, ni una plancha gigante llena de grasa que conquiste nuestra caldeada mirada. Al alejarse, el radio de influencia que parecía tan nítido, se deforma completamente, siendo una frontera elástica, pregnante, que se niega a desprenderse de nosotros, de nuestras retinas, de nuestros oídos, de nuestras conciencias, de hecho, todavía lo estamos viviendo.

Miércoles por la tarde, viaje sin viaje, trayecto perfecto de un punto a otro punto. El auto anula la contaminación de este limpio viaje, una burbuja que sólo se revienta cuando ya se está adentro, sano y salvo de la ciudad. Estacionamiento perfecto, un uniformado ciclista hace pensar que el auto no será desvalijado. Tuvimos que venir en auto, ya que es un misterio el cómo llegar usando la ciudad y su transporte. No se puede llegar caminando ni en micro. Trescientos cuarenta y ocho Subaru Legacy nos rodean, y nadie más llega con nosotros. Hay casi tantas personas como en el persa, pero no sentimos más solos. Escalera mecánica, puerta eléctrica sensible al movimiento, nos comienzan a observar las cámaras de vigilancia. Miles de rubias caminan sin pescarnos, se evitan los cruces de miradas, aunque uno se siente observado desde que entra, juzgado, tasado, etiquetado y clasificado. Sólo somos un par de rotos con cara de no ser de ahí. Brillos, destellos, piruetas en las vitrinas para cautivar posibles compradores. No hay carteles amarillos con letras en plumón rojo ofreciendo lo insuperable, aunque algunos de los precios son más baratos que en algunos lugares del centro (los ricos se venden las cosas más baratas entre ellos). Muchas más rubias. Señoras de edad indescifrable, escolares del doble de nuestro porte, viejas apoteósicamente cuicas, pasean tranquilamente con ritmo cansino. Las bolsas no son pequeñas ni arrugadas ni negras, generalmente son grandes bolsas blancas con un inmenso logo que indica dónde se compró. Aquí las bolsas no son armas mortales contra pantorrillas, talones o muslos, ya que la distancia entre viajeros es considerable. No hay grandes filas de gente, ya que si alguien va por mucho tiempo tras de una persona pasa a ser un acechador. Esto hace que uno vea más gente caminar hacia uno, en sentido opuesto. Uno puede detenerse sin ser atropellado, y abundan las señoras que caminan erráticamente, sin peligro de asesinar a nadie de un cabezazo. Casi sólo mujeres, o quizás es sólo lo que vemos o buscamos. Escaleras mecánicas, pasillos y llegamos al patio de comidas, que de patio o jardín no tiene nada. Mesas en el centro,, y los bordes llenos de locales donde prevalece el rojo, el amarillo y el blanco. No hay olores, y las comidas se ven sólo en espectaculares fotografías, y no en su proceso de preparación. Hay que buscar bien para encontrar el local de Mc Donald´s, por la uniformidad y rigidez de la estructura. Se elige la comida por referencias más que por una tincada momentánea, de estómago, de tripa que suena. Se vende un servicio, una atención, una idea, un concepto, más que una apetitosa comida. Mesón de acero inoxidable, perfectamente higiénico, recibe a las compradores, partícipes de una transacción, dividiéndolos de perfectamente uniformados intermediarios, personas asexuadas especializados en el manejo de caja, que poco contacto tienen con la comida. Eme gigante amarilla con fondo rojo profundo. Siempre sin olores, con esporádicos titineos sonoros, unos electrónicos compases que indican que las papas se terminaron de freír. Uno se puede asomar sólo al momento de la transacción, pudiendo divisar pequeños y asexuados personajes trabajando en una suerte de mesón de ensamble, con funciones específicas y mecanizadas. Es una armaduría, la otra era cochinería. Discurso memorizado y simpatía forzada, saludo desganado y la espera de un código inmediato: combo 1, 2, 3,…. Hay que tenerlo claro desde antes de acercarse mucho, ya que si lo empezaron a atender uno entra en la maquinaria de sus velocidades, por lo que las decisiones se atolondran. Estos robóticos personajes, después del número oído, asumen que la bebida es Coca Cola. Códigos internos, diminutivos extraños para pedir las hamburguesas a los anónimos trabajadores del fondo. La transacción está tan estructurada que no acepta cambios de formato. El hecho de que uno piense que compró una hamburguesa con queso no dice nada, el número de la promoción lo dice todo. Un reclamo es traducido al lenguaje de los códigos, y hecho inválido de un paraguazo. No se puede estar mucho tiempo en el mesón, hay que desocupar para el próximo comprador, por lo que hay que agarrar la bandejita y llevarla hacia una mesa. Las mesas son independientes de los locales, y viceversa. La gente que atiende no ve nunca a menos de cinco metros a alguien comer, distancia adecuada para no causar apetito. El robot no puede comer mientras atiende, a diferencia del cocinero de la “cochinería” de Franklin que podía sacar un trocito de carne si se tentaba. El robot debe quedar anulado en este espacio, sólo es un intermediario para conseguir la felicidad absoluta y el regocijo de obtener una comida preferida en todo el mundo. Si llega a tener rasgos de persona puede molestar al impaciente comprador. No se puede equivocar, no puede conversar con sus compañeros, no puede sonreír de otra manera que no sea falsamente. El que debe destacar en este lugar es el comprador, debe pensar que todo se mueve para su satisfacción, para agrandar su ego. El hecho de que el precio del producto implique una carga cultural, un servicio, una satisfacción garantizada, una misma respuesta siempre, hace que uno entre en ese juego y asuma todas las reglas que esto implica. Higiene pura, más que cocina parece clínica. El cebo se ausenta del proceso, se anula, pero aparece inevitablemente al momento de comer. La comida de cualquier formato, dependiendo del pan que le tocó, el grosor de carne que le pusieron, la cantidad de mayonesa que pidió, del persa, aquí pasa a las cajitas, los cartoncitos y las medidas justas y envasadas, empaquetado perfecto que se descompone una vez iniciado el ritual del comer. El cebo se esparce por los cartoncitos, las servilletas de blanco puro, y sobre todo en las manos. Al final, uno queda igual de chorreado y encebado que en el otro lugar. Muchas rubias comiendo, casi todas comida chatarra, pero sin asco. Lo extraño es que le harían asco a la “sana” comida del persa, la comida “de verdad”, que “alimenta en serio”. El envase de esta comida chatarra esconde este hecho y la hace parecer sana y hasta casi una no comida, una comida que no importa, que no hace mal. Aquí sí se puede conversar, no hay un florero que quite la atención, algo que llame la mirada. En realidad no sólo los robots asexuados están anulados en este lugar, todos lo estamos. De salida hay que ir al baño, que está detrás y entre los locales. Extrañamente, en el hall de ingreso a los baños aparecen los olores, fritangas y demases. Si a final de cuentas, todos cagamos hediondo.



Territorios Intangibles
Universidad ARCIS
Cristián Campos C.
Juan Carlos Castillo A.
Noviembre del 2001

Lo duro y lo blando

Lo Blando:

Al comprar en una buena amasandería un kilo de marraquetas recién salidas del horno, surge la tentación de probar al menos un pedacito de esa delicia crujiente, a modo de adelanto de lo que será una maravillosa once. La mano parte el cuarto más tentador y frente a uno está un fabuloso invento: del tamaño de nuestra mano, cubierta crujiente, dorada, un olor casi criminal, un costado costroso y otro blando, con la miga a tajo abierto y humeante, fruto de la partición. Esta abertura permite que el dedo pulgar se introduzca en el lugar más blando donde ha podido entrar, en un lugar cálido y plácido, donde, por palanca, tendrá que partir la marraqueta para que ese “blandor” humeante quede expuesto a su camino a la dureza o a la boca (con mantequilla es mejor).

Lo duro:

La marraqueta que nadie se comió y fue quedando abandonada, y que luego pasó a una bolsa de tela (para que no le salgan hongos), tiene la misma tentadora apariencia que una marraqueta recién salida del horno (sólo que no humea). Al tomarla ya algo nos indica que no es lo mismo, pero el momento más traumático es que al buscar el lado de corte, donde la miga está expuesta a causa de su separación de su maqueta hermana siamesa, e introducir el dedo dispuesto a encontrar algo de piedad en el interior para abrirla y disfrutar luego con un poco de mantequilla y mermelada, uno se encuentra de súbito con la dureza más implacable que puede existir: el pan ya está duro.

El punto de inflexión:
Puede existir uno científicamente medible, que tiene que ver con el tiempo, con la cantidad de aire, con la exposición, y se puede establecer un punto límite claro, comprobable, pero pienso que el punto de inflexión está más presente en un momento más subjetivo, que tiene que ver con el momento en que sus hermanas marraquetas fueron comidas y, principalmente, elegidas. El punto de inflexión está en el momento en que una marraqueta que por alguna razón no fue lo demasiado tentadora (por alguna imperfección en su corteza, por un tamaño fuera de la norma, por un mal dorado, etc.), pasa a ser la que queda, la que nadie se comió, la que murió y se endureció, esperando a ser resucitada con leche, o molida en una 1, 2, 3 Moulinex, para aportar su sabor de otra manera a una comida donde ella no es la principal atracción.
Juan Carlos Castillo Aravena
Curso Territorios Intangibles
Profesora Guadalupe Santa Cruz
Diciembre del 2001

Creo que he visto la Holgura

Éstos, evidentemente no son treinta croquis. Son sólo líneas de desahogo, una tarea no cumplida, pero si pensada. No intento justificar el no cumplimiento, intento, por sanidad mental, distraerme de una situación que, a pesar de llevar ocho meses de duración, ha decantado en un punto crítico quetiene a mi hogar apesadumbrado, trasnochado, visitado, solidarizado, asfixiado, oxigenado, medicamentado, ahogado, desahogado, fatalista y lleno derecuerdos, registros, memorias, palabras, enseñanzas que nos tienen, como familia, sumidos en un círculo vicioso difícil de abandonar. La máquina, el vagón se nos va, y nos estamos quedando en la estación de los lamentos.
Intentamos retomar el ritmo de vida aún en vigilia, en espera de un desenlace inminente, advertido pero no asumido. Las salidas del núcleo familiar se hacen mínimas, esporádicas, aceleradas sólo para conseguir medicamentosinconseguibles, acelerar trámites de isapres, o para hacerle creer al psiquiatra que se está bien, o para asistir a una que otra clase. Dentro de ese marco nacen (o se retoman) las actividades paralelas, las obligaciones,las tareas. Todo esto lo digo sólo para explicar (no justificar) el por qué decidí hacer esta tarea (o no tarea) en base a la memoria, el recuerdo, la casi descripción y la prosa, por lo tanto, la antítesis a lo que se pidió (sa-lir a buscar, observar y croquear), aunque creo, osadamente y pretenciosa-mente, que algo de observación puede salir de esto.

Hecha la salvedad, procedo a contar lo que he pensado en estos días con respecto a la holgura, y dónde creo que la he visto.

En la comuna de Cerro Navia, precisamente en el barrio de Carrascal, se produce una situación de barrio muy cohesionado, reforzado por múltiples juntas vecinales, centros de juventud, juegos infantiles y recintos deporti-vos,todo hecho por los mismos vecinos y por iniciativa propia. Junto con estos lugares de generación espontánea, los vecinos trasladan esa familiari-dad con elespacio comunitario, público, a su propia vivienda, por lo que no resulta extraño encontrarse en la calle con prolongaciones de la viviendahacia el exterior, hacia las veredas, de las más diversas formas. Sillones, sofás, sillas, todo el amoblado del living en el exterior, banquetas autoso-portantes o que se afirman y apoyan en árboles, toldos que nacen en la fachada de la casa y terminan también en árboles o en cuartones con vien-tos de pitilla, mallas sombreadoras de kiwi también con pitilla, artefactos reciclados que pasan a ser amoblado público, como neumáticos, cajas de ma-dera, trozos de demoliciones y piedras, que conforman espacios en el exte- rior de la casa tan íntimos como si estuvieran en el interior (uno se siente incómodo si pasa por entre medio de su living). Lo distinto es que la familia no es sólo la que habita su casa y su prolongación, la familia es la gente del barrio, esa que ha hecho lo mismo en su casa, y que no se siente incómo-da de mostrarle su "intimidad" a sus vecinos, ni de tener un espacio común que pertenece a todos. El espacio de la casa no fue capaz de contener la vida y la fuerza de los habitantes.
En los lugares donde se instalan las ferias libres, a alguien se le ocurrió limitar el ancho, la extensión lineal de cada puesto, dándo casi arbitraria-mente por lo general tres metros de separación entre cada línea divisoria, pintada en el suelo con un chillón tono amarillo, y casi siempre acompañadode un numerito identificatorio del local. Genial idea, todos los locales son de tres metros de ancho (en algunas ferias puede ser más, o un local pue-de ocupar dos módulos), pero ahí empieza el problema de pensar linealmente, ni siquiera en dos dimensiones, en un plano, no, sólo una línea que deja la libertad absoluta en la tridimensionalidad. El personaje que pensó también en una feria ordenada, compartimentada, pareja, de modulaciones respeta- das, se encuentra con puestos que se desbordan al supuesto camino de cir- culación con productos, mercadería, cosas para ser vistas, tocadas y olidaspara tentar al paseante. Mayor sorpresa ocurre al encontrarse con loca- les que, literalmente, habitan la vertical, con colgajos, pertrechos, carte-les, colores, imágenes, muebles, productos y toldos, que impresionan al pro-bable comprante. Los tres metros lineales no son un obstáculo para el desborde (hacia adelante y hacia arriba)

El ejemplo más interesante y clarificador, para mi al menos, está ubicado en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. En un entorno de humildes viviendas de planta simple, un piso y dos aguas de poca pendiente, un habitante se vioen la obligación de crecer hacia algún lado, ampliar su pequeño hogar que se hizo pequeño. Tomó la decisión de crecer hacia arriba, construir una am-pliación en segundo piso, también a dos aguas, pero con una muy pronunciadapendiente (una casa en "a" en el segundo piso), con un ventanal hasta el pi-so (o hasta el techo de la construcción original). Por alguna razón, al ti-po no le bastó la ampliación, abrió la ventana de su nuevo segundo piso, se emocionó, se consiguió un asiento trasero de una camioneta Luv doble cabi- na y lo instaló en el techo de la construcción original, y desde ese momen-to pasa horas sentado mirando el horizonte, la gente que pasa, los actos que lo rodean, el paisaje lejano, todo en casi 360 grados (su propia am- pliación le tapa parcialmente la vista). Este ejemplo me esclarece algunas cosas, como que la holgura no es sólo un problema de metros cuadrados, o metros cúbicos. La holgura está en ese más (plus) que busca la gente, que puede estar en lo que se ve, en el paisaje, en las vistas en lo que se perci-be, en lo que se persigue, en lo que se sueña, que siempre es más que lo quese tiene.También puede estar en los truquillos, los artilujios que se inven-tan para solucionar problemas de espacio (el metro cuadrado o cúbico), en los colores que se ocupan para agrandar la sensación de un espacio, las pinturas que engañan al ojo y la mente, haciéndoles creer que un espacio es más grande, efectos visuales de percepción que transforman en mentira al espacio, pero no es lo que ando buscando.

Creo que sé lo que es la holgura, pero aún no se cómo aislarla para apro- vecharme de ella para algún futuro proyecto, creo que recién la he visto, o he visto casos de ella, pero no creo poder generalizar sobre ella ni lle- gar a lanzar una frase del calibre de "si hago esto, se logra la holgura", aunque creo que siempre, lo que se puede lograr es una parte de algo que siempre va a ser más, sobre todo en el caso de una palabra que sugiere tanto. lo que se proponga, siempre va a quedar chico, pero hay que hacerlo para que lo que se quiera sea más, progresivamente.


Curiosamente, dentro de todo lo que se vivie por estos días en mi casa (que se ha hecho demasiado poco holgada por la cantidad de personas que nos vi-sitan), algo que llegó como un regalo para mantener distraído a mi hermano de once años, me ha servido para mantenerme distraido pensando en la otra tarea que no voy a hacer. Se trata de un Hamster bebé (de un mes y me- dio), que venía (aquí empieza lo curioso) en una jaula de 20 por 30 centíme-tros de base, dos lados y tapa, y 20 por 20 centímetros en los otros dos costados. Otra cosa curiosa es que el hamster (Kane Guarein para sus ami-gos) tiene las dimensiones de un corazón, un puño o una piedra de ese tama-ño. La diferencia es que Kane Guarein se mueve más que una piedra, por lo que hasta ahí llega la analogía. De todas formas me he descubierto bus- cando la holgura al interior de su jaula. Mi hermano ha comprado cachiva-ches, merchandaising relativo a los roedores, y le ha llenado la jaula de artefactos que Kane Guarein poco entiende, léase balancín, tubo, cama, plato. Lo único que entiende como funciona es una ensordecedora rueda en la que corre toda la noche, y el plato que además de comer, lo ocupa para dormir. Hay veces en que, por tanto artefacto, prefiere golgarse de los barrotes (alambres) mirando hacia el exterior, añorando mayor holgura o una tentadora lechuga que descansa sobre la mesa.

Sé que no he hecho ninguna de las dos tareas, pero les quería contar que las he pensado y las he hecho parte de mi acontecer, es decir, no estoy en-simismado (o enmimismado) por lo que me está ocurriendo, y me ha servido mucho, gracias.


Juan Carlos Castillo Aravena
Tarea no hecha, Taller IV año 2000
Arquitectura Universidad ARCIS
Nota: Esto corresponde a una tarea en el Ramo de Taller del año 2000, a momentos en que el padre del autor estaba agonizando por un largo, fulminante y doloroso cáncer. Este trabajo le valió al autor la sugerencia de su profesora a que se dedique a la escritura, ya que no servía para la arquitectura.

A los mapuches

El trigo, está germinando en los faldeos del to-tor.
Maliqueo Manuel, tiene 93 años, de sembrar.
En el Pichi- Kurraco, Macolla Pichinguala y Chaucono.
La Filulawen se asoma en los Putra-yenes, llenos de agua.
Es invierno en los mallines.
I
Quedan solo manzanas sangrinarias, rojas jaspiadas.
Y mi tia Fidelina, arma una soga con tarros, para espantar a los choroyes.
Las overas, van ramomiando las quilas de la huerta de ají.
Y los changles, amarillo adorna la quebra de hualles.
II
Ruge el estero de chanco, con los vientos de otoños
Y el humo de las pueblas, se hace azul en el cielo del bajo.
Por el filo del pinatrero, se asoma el tio John.
En el Chin-Chin hay siempre sombras de Coulle.
Y los Zorros, degustan frutillas, silvestres, entre Arrayanes viejos.
Mi madre Agustinas, trabaja, en su huerto, infinito
Cultivando, su propia vejez.
Aliñando el tiempo, silencioso y helado.


Julio Cayuqueo Curriñir

La puerta tensa del dolor

Ya ya ya ya ya yaaaaaaaaaa
Jiiiiiiiiiiiiiiiii uuuuuuuuuuuu
Se van las voces a los filus
Hoy se reúnen los filu lawenes
En la cabeza del puel mapu
El antu trae rebrotes de vertientes
Trae energia loca, del huincul de los laychefes
El ya ya ya ya ya yaaaaaaaaaaa
Es el calor que quema los contra
Es la detención curativa del chemamul
Es el descanso de los filues
Se trae foye de entre rios
Se trae koliu rayen para los bochornos
Se trae kuri digllin para las pestes
Tambien peumu para los caminos
Liglokin para el sueño azul de los loncos
Del norte llevamos robles de san pablo
De macul palabras echas de maderas antigua
De Quepe llevaran cultrunes de boldo
Cada cual un yaya ya ya yaaaaaaaaa
Que quiebra el dolor
Se abre la puerta olvidada
Para makuñ y muday de traitraiko
Ya ya yaa yaaa yaaaaaaaaaaa
Kon, kir kon varias veces
Purruge purruge filus
Compañ compañ
Yayayaya yaaaaa…….


Julio Cayuqueo Curriñir

Al poeta de los rastrojos

Llueve en las esquinas de Carahue
Hay invierno con viento del mar
Remolinos de avellanos y tilos llegan a Carahue
Los mapuches como la lluvia vienen de Chanco, el lucero y los corrales
De Catripulli viene Llanquileo Camilo
De Nehuentue y Machaco vienen las nalgas panque en Mapu-dungun
De Pelecos vienen carretas de charqui de lisas y huayquile de manquian
De Santa Celia frutillas silvestres de los Jaque y Peñas
De Colico los tomates del tio John
De Hueñalihuen los piures de quirilao
En Carahue los recibe el loco Enzo
La hermosa Sara se pierde en el borde del Cautin
Los buses Pachemari llegan cargados de mapuches de Santiago
La filulawen reúne las piedras oradadas
El Chemito Voguen recolectas las palabras del monte
No para de llover en Carahue
Y la leona se pierde en la subida de la mujer
Siguen llegando patos a Ranquilko
Y los evangélicos cantando en la plaza de Los Tilos.


Julio Cayuqueo Curriñir